Chocolate... ñamñam {Libre}

La cosa era así: quien se metía con los suyos, se metía con ella y, quien se metía con ella, salía bien escaldado. Sencillo y de fácil comprensión. Niamh, entre otras muchas cosas, era terriblemente vengativa y no estaba dispuesta a dejar que aquel grupo de mentes inferiores se metiese con su mejor amigo y saliesen bien parados. Tenía que admitir que a veces le irritaba de verdad que Son fuese tan pacífico. Si no lo fuese, si buscase el ojo por ojo como ella, ahora podrían estar ambos allí, congelándose en un oscuro y húmedo pasillo de las mazmorras. Pero estaba sola, en pijama de verano y con las pantuflas, esperando a que el Elfo doméstico cumpliese su parte del plan. Y para colmo, a la mañana siguiente tendría que fingir que no había tenido nada que ver con la broma frente a Son, o él le recriminaría el tomarse la justicia por su mano.

Se abrazó a sí misma, intentando que el frío dejase de calar a sus huesos. Era increíble el frío que se alzaba en aquella zona concreta del castillo, a pesar de estar en abril. Cambió el peso de un pie a otro, y se quedó mirando sus pantuflas peludas, que tenían forma de Puffskein. Sonrió moviendo los pies y, en ese momento, un enorme montón de ropa cayó al suelo frente a ella, salida de la nada. Niamh observó el montón sin atreverse a tocarlo con las manos; era toda la la ropa interior sucia y limpia de los alumnos de quinto de Slytherin; calcetines, sujetadores, bragas, calzoncillos e incluso había tangas -y no solo femeninos. Ella ni siquiera les conocía, pero sabía que no paraban de meterse con Son por ser hijo de muggles.

Sacó su varita, que llevaba sujeta por el elástico de pantalón corto, y con un encantamiento de primero, elevó la ropa. Debía esconderla en algún lugar y encantarla para la mañana siguiente, cuanto todas las prendas desfilarían por el Gran Comedor hasta sus respectivos dueños. Era consciente de que no era una broma demasiado brillante, pero suponía que para los estirados miembros de la casa de las serpientes, sería un tanto humillante que sus calzoncillos manchados se paseasen frente a todos.

Caminó con la bola de ropa flotando a su lado hasta una de las aulas vacías. Guardaría todo aquello en el armario, lo hechizaría y se iría dormir con la conciencia bien tranquila. Caminaba rápido y haciendo que sus zapatillas soltasen ligeros puf-puf a cada paso, con un Lumos de baja intensidad para ver donde pisaba. De pronto, algo cayó por detrás de ella y estaba convencía de que no había sido su culpa. Se puso tensa. Sabía la ronda de los prefectos y la del conserje, estaba segura de que no pasarían más por aquella zona. Tragando saliva, apuntó la varita hacía donde se había producido el sonido, iluminando. Un resoplido fastidiado escapó de sus labios al ver que se trataba de Gaël. —¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? —le espetó, un poco más brusca de lo necesario. Se había asustado al pensar que podía ser un profesor, sí. Aquello podía causarle una expulsión o un castigo de considerable importancia.