El chocolate no hace mal a nadie.

Sí, sabía que eran las diez de la noche. Sí, sabía que ya habían tocado la hora de queda. Y sí, sabía que aquello estaba prohibido. Pero, por el amor de Merlín, ¡Estamos hablando de chocolates y Annelysse! La mujer que creía firmemente que el chocolate debía ser el plato mundial, así de sencillo. Caminaba casi de puntillas, entre los oscuros y vacíos pasillos del colegio dirigiendose a la primera planta, donde se encontraban las cocinas. Necesitaba un poco de chocolate. Aquél dulce que era su perdición, al que no podía resistirse. Y por el cuál, rompía las reglas. No tardó en llegar al cuadro de frutas, así que entró vigilando que a sus espaldas no hubiera nadie. Enseguida fué atendida por las criaturas que allí se encontraban preparando la comida, más sin embargo, rechazó la hospitalidad. Ya aquellas criaturas sabían que ella sabría encontrar lo que buscaba sin ayuda. Se acercó hasta uno de los estantes donde sabía guardaban el chocolate y lo abrió. La gran cantidad de dulce que se encontraba en aquél gavinete no parecía tener fin. En todas sus presentaciones y formas, el chocolate se encontraba en aquella cocina cómo si de un tesoro se tratara. Y Anne estaba completamente segura que si hubiese logrado salir de su cuerpo en aquellos instantes, hubiera percibido el brillo que crecía en su mirada mientras examinaba todo el chocolate que ahí se encontraba.

Y... La puerta abriendose la sacó de sus chocolotasos pensamientos, paralizandola. -Joder.- Fué un susurró, un murmullo suave y casi innentendible, quizás para la persona que estaba parada en la puerta. Cerró los ojos, con fuerza, tal cuál una pequeña niña y habló sin volverse. -Vale, vale, profesora Mcgonagall. ¿Cuál es el castigo?- Un largo suspiró salió de sus labios al terminar de hablar y volteó para encontrarse con el rostro de su amiga, Felicity. Y el alivio llegó a ella, permitiendo que se relajara.

-Cielo, me has asustado.- Se acercó a ella y la abrazó, cómo si quisiera comprobar que realmente era ella y no algún profesor en cubierto. Más sin embargo, desechó esa idea pronto, así que se separó de ella con una sonrisa radiantes, cómo Anne sólo sabía regalar cuando hacía una travesura. -¿Qué haces despierta tan tarde?- Sabía que ella no tenía moral para preguntar aquello, he ella allí, levantada y rompiendo unas cuantas normas del colegio de las cuáles ya había perdido la cuenta. Más sin embargo, fué una pregunta autómatica. Cómo el típico, ¿Cómo estás? o la respuesta, estoy bien, cuando quizás a la persona que preguntas no le importa tu estado de ánimo y sólo busca conversación o cuando realmente no estás bien. Y sabía que su amiga la entendería. Así que siguió sonriendo, mientras metía una de sus manos en el suéter que llevaba consigo, esperando alguna respuesta por parte de su amiga. Comenzó a caminar hasta donde había dejado las barras de chocolates y le lanzó una al aire a Felicity, que sabía atraparía. Al fin y al cabo, no había problema.

El chocolate no hace mal a nadie.