¿Hay o no hay cita? [Jac] {+18 }

Era la primera vez que acudía a una cita sin saber si mi acompañante iba a aparecer o no. Una simple nota que no se había preocupado de responder en todo el día era todo lo que tenía. Ni siquiera la había buscado para que me diera una respuesta. Yo no iba detrás de las tías, era al revés. Y si ella estaba interesada vendría. Si no, tampoco se acababa el mundo.

Iba vestido arreglado pero informal, con pantalones vaqueros, una camiseta ajustada y la chaqueta de cuero medio abierta. La cita era a las 8, pero me gustaba adelantarme un poco, así que 10 minutos antes estaba esperando en el hall de entrada, a que apareciera por ahí Jacqueline, si había decidido aceptar mi propuesta. Tenía reserva en un restaurante exclusivo, y aunque no me importaba perderla si no venía, no quería quedar mal con los dueños del establecimiento, que eran personas de confianza, que habían hecho lo posible por conseguirme una reserva... Ser un jugador de Quidditch famoso tenía sus ventajas, no todo iba a ser arriesgar la integridad física delante de las bludgers.

No solía desesperarme cuando esperaba a alguien. Por lo general si no aparecía en cinco minutos me iba a buscar otra, que posibilidades no me faltaban. Pero aquella noche estaba dispuesto a esperar un poco más. Esperaba en la puerta del restaurante, plácidamente apoyado a un lado de la puerta. No iba a esperarla dentro sentado en la mesa. Sería demasiado evidente que me habían dado plantón. Y a Wyatt Von Reurich NADIE le daba plantón.

Finalmente la vi aparecer, francamente radiante. Me contuve para no soltar un silbido de admiración y me aparté de la pared. Con un gesto distraído me arreglé un poco el cuello de la chaqueta y me la alisé. Me acerqué a ella tomando una de sus manos entre las mías y besándola galantemente -Buenas noches -murmuré alzando la vista desde su mano a sus ojos- Estás particularmente hermosa esta noche -sonreí de forma encantadora y seductora. Al final sabía que vendría, todas lo hacían.

-Bueno... ¿entramos? -pegunté fijando mis ojos en los suyos. No había pedido una mesa ni demasiado central, para no ser el centro de las miradas de todo el mundo, ni demasiado alejada, para que no le intimidara que estuviéramos prácticamente solos. Me aparté a un lado para dejarla pasar a ella primero, con un gesto caballeroso.

La miré fijamente cuando respondió que no, pero no dije nada. Dejé que terminara de hablar. No iba a darle el menor indicio que me había molestado que se negara a entrar conmigo en el restaurante. Cuando terminé de hablar, me pasé una mano por la nuca y suspiré, con una sonrisa condescendiente.

-Si has venido sólo por educación, con una lechuza hubiera bastado -sonreí encogiéndome de hombros. Igual se negaba a sí misma que quería cenar conmigo, pero si había venido era por curiosidad, porque quería saber qué pretendía. Y era eso todo lo que quería, que no supiera a qué jugaba. A los tíos como yo generalmente se les veía venir de lejos. Pero a mí no. -No hemos empezado con buen pie, y pensé que sería buena manera de limar asperezas. Al fin y al cabo nos espera un curso en el que nos tendremos que ver a menudo... -Hice una pausa y me retiré de la puerta -Es una cena en un restaurante... Si quieres verlo como una cita, pues allá tú

Noté que estaba indecisa y algo confusa y sonreí para mis adentros. Pero la expresión que mostró mi rostro fue neutral -Está bien, si no quieres, entro cancelo la reserva y cada uno por su lado -dije encogiéndome de hombros- Luego no me culpes por no haber intentado que nos llevemos medianamente bien -suspiré mirando hacia dentro del restaurante, e intentando llamar la atención del maître, por si finalmente tenía que cancelar.

Rodé los ojos cuando dijo que había recibido más educación de la que podía recibir cualquier persona. Asentí de manera breve, intentando dejar pasar el tema. Aquella mujer tenía respuestas para todo. Había salido respondona, por lo visto, y de armas tomar. Justo como me gustaban. Las sosas y fáciles no me atraían demasiado. Sí, para un rato estaban bien, pero poco más se podía sacar de ellas.

Noté que se incomodaba porque empezábamos a captar miradas ajenas. A mí francamente me daba igual, ya que estaba acostumbrado a que la gente me mirara y me admirara. Pero para ella tenía que ser incómodo. Chasqueé la lengua cuando hizo referencia a mi exceso de testosterona -Por lo que fuera, no empezamos con buen pie y quería solucionarlo -murmuré encogiéndome de hombros.

Finalmente aceptó entrar a cenar, y sonreí levemente. Mi expresión se tornó segura y confiada, no sin algo de alerta, ya que sabía que no tenía controlada la situación. Con pose de "ya sabía yo que al final cenarías conmigo" la seguí hacia el interior del restaurante y el maître nos guió hasta la mesa asignada. Sonreí adelantándome y apartando la silla para que ella se sentara. Ante todo era un caballero. Cuando lo hizo tomé asiento y miré al maître que esperaba alguna instrucción -¿Podrían traernos vino? -dije mirándole, aunque desvié mi vista hacia Jacqueline -A no ser que la dama piense que quiero emborracharla, entonces supongo que nos conformaremos con agua mineral -musité sin apartar mis ojos de la bella mujer que tenía enfrente.

Por suerte, la mesa que me habían dado era discreta, pero no lo suficiente para ocultarnos por completo de las miradas ajenas. Ignoré todo lo que había a mi alrededor y me centré en Jacqueline. De repente, un dolor agudo en la espinilla, producto de una patada a traición por debajo de la mesa me hizo soltar un quejido -Auch- murmuré mirándola sin entender- Ante la mirada confusa del maître, decidí hacerme el loco - No se preocupe, un pinchazo en la pierna... una lesión crónica de Quidditch -dije con naturalidad- Vino entonces -concedí aún algo perplejo por la impulsividad de Jac.

Cuando al fin nos quedamos solos cambié mi expresión de extrañeza por la mejor de mis sonrisas. Podía preguntar a qué venía la patada, pero decidí dejar pasar el tema. Ni que me hubiera afectado tanto... Escuché su pregunta y me aclaré la garganta antes de responder -Evidentemente, por una lesión crónica no fue -bromeé con una sonrisilla pícara -No busques muchas más razones, un día te levantas, y simplemente dices... Quiero darle otro rumbo a mi vida -añadí. Seguía sin ser toda la verdad, pero no iba a contarle mi vida y mis problemas a Jacqueline. Quería impresionarla, no deprimirla. -Así que aquí estoy, después de todo -murmuré encogiéndome de hombros- ¿A ti qué te trajo a Hogwarts? -pregunté con curiosidad.

Suspiré al oír sus comentarios. Qué mujer más obstinada, qué manera de resistirse a relajarse y tranquilizarse un poco. Ni que fuera a morderla. Ignoré el "si tú lo dices" y me quedé esperando una respuesta a mi pregunta. No iba a contarle las verdaderas razones por las que había dejado el Quidditch. Dos pequeñas razones a las que adoraba por encima de mi carrera. Prácticamente los había criado desde que tenían tres años. Y ese recuerdo, el sufrimiento, el esfuerzo... Eso era mío y de los enanos, de nadie más. Así que por eso prefería evitar hablar de ello.

La escuché sin perder detalle, mirándola a los ojos mientras me explicaba qué le había traído hasta aquí. Eran razones similares a las mías, así que la entendía bastante bien. Mi abuela y yo vivíamos en Alemania y mis hermanos habían estudiado en Hogwarts. Yo hubiera preferido que fueran a Durmstrang como yo, pero el criterio de mi abuela, de origen británico, se impuso, y al final fueron a Hogwarts. Sin embargo, desde que murió mi abuela me iba a costar mantener una casa en Alemania, estando yo jugando en la liga inglesa de Quidditch. Y no quería que mis hermanos pasaran las vacaciones en Hogwarts, prácticamente solos. Así que se habían mudado definitivamente a mi casa en Inglaterra.

-Es decir, que tú también eres nueva este año -sonreí encogiéndome de hombros e inclinándome un poco hacia delante- Al menos tienes la ventaja de que conoces el colegio, yo todavía me pierdo por los pasillos -reí despreocupado. Michael y Anne se cachondeaban continuamente de mí por eso, pero al menos me hacían de guía de vez en cuando. -Pociones era de mis asignaturas preferidas en Durmstrang, pero no tengo ni idea de cómo la impartirás aquí -murmuré pensativo. Siempre me había imaginado a un profesor de Pociones como un tío seco, estirado, rancio, estricto y esas cosas. Que era el tipo de profesor que había tenido. Lo último que esperaba era una muñequita de porcelana dando esa asignatura.

No parecía molestarse en ocultar lo borde que podía resultar. Sus respuestas eran un claro "mide tus pasos Von Ruerich". Lejos de tomármelo mal, me parecía bastante entretenido ir buscando fallos en su férrea defensa e ir minándola poco a poco. Sí, los retos me ponían, y mucho. Y ella era un reto, uno de los más complejos a los que me había enfrentado. Con ella no valía el carisma del jugador famoso y triunfador, ni mi encanto natural. Y cuando recurría a mi prodigiosa labia contraatacaba con comentarios ingeniosos. Estaba desentrenado de esto, debido a la costumbre de decir dos palabras y tener dos o tres tías detrás, así, sin currármelo mucho más.

Asentí con una sonrisa despreocupada -Sí, sin duda terminaré acostumbrándome, aprendo rápido -Como mínimo tendría dos años para hacerlo. Cuando Anne y Michael salieran de Hogwarts, era probable que no me quedara dando clases. O quizá sí, no lo había pensado con claridad. Yo vivía el momento, sin preocuparme de mucho más. Lo que tenía claro es que si volvía al Quidditch lo haría como entrenador, no como jugador. Aparté todo pensamiento de la cabeza que no tuviera que ver con Jacqueline, y me encogí de hombros cuando explicó su manera de enseñar pociones -Buen sistema... -dije pensativo- En Durmstrang nos dejaban improvisar... El alumno que no ha explotado nunca un caldero por elegir mal los ingredientes, es que no ha ido a Durmstrang -sonreí enseñando un poco los dientes, pero de manera muy disimulada. -Se aprende a base de errores, es otro método -murmuré mirándola.

Apareció el camarero con la botella de vino que yo previamente había seleccionado y había apalabrado. No me gustaba dejar nada al azar. Para la ocasión había elegido una cosecha especialmente buena, y con un aroma y un sabor muy agradables y nada pesados. Vamos, que entraba como si fuera agua. Cogí mi copa y miré a los ojos a Jacqueline -Por un buen año en Hogwarts -dije alzando mi copa levemente, invitándola a brindar conmigo.

Notaba perfectamente que no hacía mucho caso a lo que le decía. Al fin y al cabo, tampoco era muy interesante lo que contaba, estaba sólo dándole un respiro, tampoco iba a tirarme encima de ella a la primera que tuviera. En fin, por lo visto darle conversación no funcionaba, pero sinceramente, me importaba poco. No lo tenía para nada todo calculado. Yo improvisaba sobre la marcha. Sin embargo, al parecer le interesaba lo que tenía que ver con su método de aprendizaje, ya que la noté a la defensiva.

-No creas que estoy criticando tu método, nada de eso -dije con tono despreocupado, como si realmente toda aquella conversación me importara muy poco -sólo digo que los errores ayudan a mejorar... Si aprendes desde la perfección, es probable que el día que encuentres un problema no sepas reaccionar de forma tan eficiente como si ya te hubieras equivocado alguna vez -me encogí de hombros- Pero ya te digo, es sólo mi punto de vista. -murmuré. El punto de vista de alguien que había aprendido a base de llevarse tortas, para el que nunca había existido la perfección.

La miré curioso cuando brindó acerca de que no hubiera otra batalla en Hogwarts -He leído bastante sobre esa batalla, y mi abuela también me ha contado -dije como para mí mismo. Tuvo que haber sido una batalla encarnizada, visto la forma de la que hablaba de ella todo el mundo -Seguramente tú sabrás más que yo, al fin y al cabo te has criado aquí -añadí dejando mi copa sobre la mesa. Miré la carta con cierto desinterés y levanté la cabeza mirando a Jac -¿Has decidido ya qué vas a pedir? -pregunté posando mi vista en sus preciosos ojos.

Dejé pasar el tema de los métodos de enseñanza. Sin duda discrepábamos. Mientras ella probablemente lo había tenido todo fácil y había podido aprender sin preocuparse de nada más y sólo poniendo atención en hacerlo bien, yo había aprendido a base de golpes, y de tropezarme y volverme a levantar. Concedí que podía tener razón con un gesto de asentimiento con la cabeza, y tomé un sorbo de vino. Habían elegido uno muy bueno, sin duda.

La miré con interés cuando dijo que sus padres habían participado en la batalla de Hogwarts. Por lo poco que sabía de ella podía deducir que sus padres procedían de una familia con ideales puristas, así que podía imaginarme en qué bando podían haber estado -Tuvo que haber sido interesante, en Durmstrang se habla entre pasillos sobre ella. Hay magos allí que son hijos de mortífagos huidos -musité, recordando a algunos de mis mejores amigos. -En fin, tienes razón, es mejor que no se repita -añadí encogiéndome de hombros.

La miré con curiosidad esperando que me dijera que iba a pedir, y asentí con aprobación cuando me lo dijo -Buena elección, es una de las especialidades de la casa -añadí, aunque seguramente no sería la primera vez que comía allí, cuando había hecho semejante elección. A mí es que eso se me hacía poco, estaba acostumbrado a comer algo más, aunque sólo fuera por exigencias deportivas. El camarero apareció para tomarnos el pedido. Esperé a que la señorita pidiera y le miré con una sonrisa cómplice cuando se dirigió a mí -Lo de siempre para mí -dije con seguridad. Conocer a casi todo el personal de allí tenía sus ventajas. Sabían que lo de siempre significaba risotto de verduras y setas de primer plato y milhojas de solomillo con queso de cabra de segundo plato. Una combinación algo extraña, pero le había pillado el punto a cómo lo preparaban y lo hacían prácticamente a su gusto.

La escuché atentamente, pero empezaba a distraerme un poco pensando en la comida. Fijé mi mirada en ella, procurando centrarme en la conversación, mientras escuchaba cómo me hablaba sobre la participación de su familia en la batalla de Hogwarts. Al parecer, y tal como había pensado, habían pertenecido al bando perdedor. Pero al menos habían conseguido conservar el orgullo, el linaje y la trascendencia en el Mundo Mágico. Recordaba las historias de mi abuela sobre la rebelión de Grindelwald y la caída en desgracia de muchas familias que lo apoyaron. Por suerte, los Von Ruerich también se habían salvado aquella vez, y mantenían su honor intacto.

Alcé una ceja cuando me preguntó sobre mi posición en cuanto a la pureza de sangre -Lo cierto es que procedo de dos familias de importante linaje, tanto en Irlanda como en Alemania, pero no he sido estrictamente educado en su importancia -empecé a explicar. Si bien mi madre estaba orgullosa de su origen, mi padre parecía avergonzarse de todo lo que tuviera que ver con la magia, pese a ser también sangre limpia. Así que poco pudo transmitirnos mi madre a espaldas de él - En mi país, la pureza de sangre se entiende como un don, y creo que se debe mantener todo lo que sea posible -dije, sin bajar el tono de voz, ajeno a los que me pudieran estar escuchando - De hecho, cuando no queda más remedio que mezclarse, para evitar la desaparición, el apellido que se mantiene es el de mayor linaje, independientemente que sea portado por el hombre o la mujer - musité como si fuera lo más normal del mundo -En cuanto a los impuros, siempre que sepan mantenerse en su lugar y no intentar trepar en la escala social, no tengo ningún problema contra ellos. -Sabía que en Inglaterra, las familias de linaje puro le tenían cierto asco hacia los impuros. Yo simplemente sentía indiferencia, no eran lo suficientemente importantes para mí como para producirme asco.

Nos tomaron nota y volvieron a dejarnos solos. Comprobé que en los ojos de Jac se reflejaba algo de curiosidad por saber lo que había pedido, así que esbocé una sonrisa enigmática y desvié la mirada distraídamente. Observé de reojo que empezaba a toquetearse el pelo distraída -¿En qué piensas? -pregunté casi inconscientemente, sin darme cuenta de que de alguna forma acababa de entrometerme en sus pensamientos. Encogí los hombros con gesto neutro, esperando algo así como "¿qué te importa?".

Escuché cómo me contaba su procedencia. Ya había supuesto que el apellido VanDerVoort era alemán. De hecho, era uno de los grandes linajes alemanes. Sospechaba que me contaba todo eso para dejar claro que era de pura sangre mágica. Seguí escuchando algo distraído por el hambre- Envidiable árbol genealógico, sin duda -dije llevándome la copa de nuevo a los labios para dar otro sorbo. Si hablábamos de linaje, sin duda los Von Ruerich teníamos una importante mancha en nuestro árbol y ese era mi padre. También de buena familia, pero desequilibrado mental. Su familia prácticamente lo había despojado de su apellido, y realmente yo tampoco me sentía identificado con él. Mis familiares por su parte se habían desentendido de todo lo que tuviera que ver con nosotros, así que no era ningún orgullo portar su apellido. Yo era Wyatt Von Ruerich, punto.

La miré con interés cuando dijo que no pensaba nada en concreto, sino que divagaba -Pues la expresión de tu rostro me decía que mantenías bastante interés en tus pensamientos -murmuré desviando la mirada y mordiéndome el labio inferior, sin intención de insistir en cualesquiera que fueran sus pensamientos. Tardarían un poco en traer la comida y yo empezaba a estar hambriento -Si no me equivoco tienes dos hermanos en Hogwarts, ¿verdad? -pregunté, intentando establecer un nuevo tema de conversación.

Escuché sus divagaciones sobre la importancia de la sangre y asentí. Bueno, a mí me daba igual si la chica en cuestión era de sangre limpia o no. Si me gustaba una, las cuestiones de sangre me importaban poco. Al fin y al cabo ni iba a salir con ella ni a casarme con ella. No es como si tuviera que elegir a una para formar una familia -Bueno sí, supongo que la presión de la familia es un factor a tener en cuenta, al menos en tu caso -murmuré. En el mío, no había nadie que pudiera imponerme nada. En todo caso era yo el que tenía que velar por que mis hermanos tuvieran matrimonios bonitos y arreglados.

Asentí cuando habló de mis hermanos, y sin querer, una sonrisa tonta asomó en mi rostro. Adoraba a esos dos pequeños... Aunque ya no eran tan pequeños. Anne ya estaba en edad de tontear con los chicos, y Mike... Bueno, Mike era un mini-Wyatt. Sonreí cuando preguntó alarmada por Joseph -No, no ha hecho nada. Es que me he fijado en él... Tiene grandes dotes para el Quidditch -aseguré con una sonrisa -Y créeme, si algo sé es reconocer un buen jugador cuando lo veo -murmuré desviando la mirada, ya que en ese preciso momento aparecía la comida. Menos mal, me estaba muriendo de hambre. Di un pequeño sorbo de vino y miré a Jacqueline con una sonrisa.

Vi como apuraba su copa y volvía a servirse. Si mis cálculos no andaban mal, como le diera por continuar con ese ritmo iba a acabar algo perjudicada. Pero no sería yo el que se quejara, desde luego. Cuando soltó ella la botella la cogí yo, haciendo que nuestros dedos se rozaran, apenas milésimas de segundo, y sonreí con seguridad. Dejé que el vino se deslizara desde la botella hasta a mi copa, llenándola hasta la mitad y dejando que su aroma me envolviera de nuevo. Volví a dejar la botella sobre la mesa, empezando a centrarme en mi plato, que tenía una pinta endiabladamente buena.

La miré con mucho interés cuando dijo que lo llevaba en los genes. No recordaba haberme cruzado con ningún VanDerVoort que jugara al Quidditch, o por lo menos no a nivel profesional. Así que tenía que ser por otra parte de la familia y ahora estaba interesado -¿A qué te refieres? -pregunté mirándola a los ojos, al tiempo que empezaba a organizar cubiertos y servilletas para empezar a comer. Cada vez que la miraba a los ojos, más fascinantes me parecían, y ahora que estaban ligeramente brillantes (quizá debido al vino) todavía más. Sonreí sin ruborizarme y sin ponerme nervioso, esperando que me respondiera para empezar a comer, que el olor de la comida ya empezaba a ponerme todavía más hambriento.