The second deadly sin: gluttony |Joanna|

¿Cuanto tiempo pasé en la cabaña del guardabosques? Ni puta idea. Lo que si sabía es que había sido el tiempo suficiente para que me perdiera la cena y, por pocos minutos, llegara tarde al toque de queda. Después del último castigo que me había supuesto limpiar libros como un jodido elfo, lo último que quería es que me volvieran a castigar tan pronto. Y menos por una tontería como la de quedarme en la cabaña del guardabosques para refugiarme del chaparrón que había estado cayendo durante toda la tarde después del entrenamiento de Quidditch de Gryffindor. Masera lo que tocaba. Antes de que me viera nadie merodeando por ahí fui directamente a las mazmorras, territorio serpiente. No importaba, pues, que ahí me vieran despiertos, pues como siempre nuestro jefe de casa sabría hacer la vista gorda ante ello. Era lo bueno de ser y pertenecer a Slytherin: los unos nos protegíamos a los otros de una manera distante pero, sin duda, más que efectiva. Entré en la sala común tras dar la contraseña oportuna, y me dirigí a cambiarme la ropa que tenía puesta. No estaba mojada como en un principio, pero si estaba húmeda y, teniendo en cuenta que ya llevaba bastante rato con ella puesta, no quería arriesgarme a pillar un buen resfriado. Sería lo que faltaba, vamos.

Me quité el uniforme y, como sustituto, me puse un pantalón cómodo de color negro y una camisa corta, que dejaba al descubierto al completo mis brazos, blanca. Evitaba usar la ropa que usaba de pijama porque tenía pensado merodear por el castillo un poco más antes de irme a la cama, pues no pensaba tocarla sin antes comer algo. Aunque fuera prácticamente nada. Hice el mismo recorrido de antes pero a la inversa, saliendo de mi habitación sin hacer ruido - pues mis compañeros de cuarto estaban durmiendo - pasé por la sala común y salí a las mazmorras. Y esta vez no me dirigí a algún lugar fuera de ella, sino que me mantuve recorriendo los pasillos con sigilo hasta llegar a mi objetivo: las cocinas. Ladeé una sonrisa al ver el cuadro, tan extraño y divertido, que ocultaba a las cocinas de los alumnos. Me alegraba de haber descubierto este secreto que, seguramente, ya sabría también medio Hogwarts. Llevé mi mano hasta la pera y le hice cosquillas, haciendo que esta se riera con cierta gracia y me dejara entrar. Al hacerlo me topé con varios pares de ojos sobre mí: los elfos. No los saludé, pero hice un gesto con la mano para que se fueran del lugar y eso hicieron. Era lo bueno de tenerlos a nuestra disposición.

- Espero que haya algo interesante - Murmuré como si me dirigiera a alguien, pero en realidad me dirigía a mí mismo. Había un frutero, del cual cogí una manzana para darle una mordida, mientras seguía curioseando.

El ronroneo de mis tripas me hizo entrecerrar los ojos con suma molestia. Tenía hambre, mucha hambre, y a pesar de que había venido a las cocinas a satisfacer mi apetito, estaba seguro que por el hecho de que ahí solo iba a conseguir cosas para picar me iba a pasar toda la noche sufriendo por un buen plato de comida. Plato que se resistiría a venir a mí hasta el medio día del día siguiente, dando por sentado que en el desayuno lo que comería - como siempre - era un plato ligero: leche con cereales, quizás tostadas con mermelada o un sándwich acompañado de jugo de calabaza. Nada a lo que se pudiera llamar un buen plato. Me dirigí hacia una estantería en la que parecía haber de todo un poco, mas al acercarme no supe más que bufas con fastidio y algo de desespero: sí, podía haber mucho en cantidades industriales, pero todo lo que había ahí era para cocinar. Y yo no sabía hacer una mierda. Fue entonces cuando una voz me sacó de golpe de mi absorción, haciendo que girara el rostro para observar en la puerta la figura de una chica. A la tenue luz me costó un poco reconocerla, mas no tardé en ubicarla. Joanna Vandervoort, familia de la profesora de pociones y, para mi jodienda, prefecta de Slytherin. Teniendo en cuenta que era de Slytherin, no tenía por qué preocuparme en realidad. Pero ante ese saludo tan formal y rudo con el que me había preguntado las normas del colegio, quizás hubiera hecho olvidarle a la chica que tenía en frente quien era yo. Cosa que no sabía si ofenderme o hacer que en mi mente la llamara descerebrada. Aún así me decanté por no calentar la situación, pues yo estaba en clara desventaja a pesar de que a lo máximo que aspiraba a conseguir era una bajada de puntos de mi reloj.

- Lo sé - Me limité a contestar mientras terminaba de darme la vuelta hacia ella. ¿Que otra cosa quería que le dijera? Me quedé al rededor de un minuto, callado, observándola a la espera de que dijera algo más. Cosa que en un principio no sucedió. Por ello pasé del tema. Le di la espalda a la prefecta para dirigirme a la mesa que estaba en el lugar y que tenía sobre su superficie un bol con frutas. No ojeé nada, solo superficialmente, y cogí una manzana - ¿Merezco algún castigo? - Pregunté sin disimular para nada mi escasa preocupación ante el hecho de que me habían pillado. Quizás lo estaría más si fuera un profesor. Volví a mirarla mientras me sentaba encima de la mesa y le di una mordida a la fruta, regalándole una sonrisa ladeada a la chica.