A cake in time {Privado; Natillas}

Hugo mordió un panecillo de mantequilla con una expresión que denotaba su intento de convertir la acción en algo sexy, mientras miraba fijamente a una chica de cuarto curso que estaba en la mesa de Ravenclaw frente a él. La muchacha, menuda y morena, soltó una ligera carcajada mientras negaba levemente con la cabeza. Él le sonrió, moviendo las cejas de arriba hacia abajo en un gesto sugerente. Obviamente era un simple juego, se aburría cuando estaba solo demasiado tiempo y llevaba solo toda la maldita tarde. Quería un poco de contacto humano, aunque fuese a base de señas y gestos desde lejos.

Mientras veía cómo la chica se levantaba de la mesa y se despedía de él con una sonrisa, sintió unas manos posarse sobre sus ojos y una voz que le susurraba al oído. No le cabía la menor duda sobre quién era. Aquella voz, aquel perfume y aquellas formas pertenecían a la dulce de Natasha. Se sacudió las manos, de los retos de pan que pudiesen tener, mientras fingía que pensaba. Sonrió ampliamente, antes de apartar las manos y girarse. —¡Natillas! —exclamó, levantándose y casi lanzándose hacía ella. La abrazó y le dio repetidos besos en las mejillas, como si hiciese años que no la veía. Hugo no pudo evitar ampliar su sonrisa, Natasha era todo un amor de persona y siempre resultaba ser su salvación; en ese caso, del aburrimiento.

Tirando de ella, volvió a sentarse en el banco, casi obligándola a ello también. —Veo que mis bailes invocadores han funcionado —comentó como si tal cosa, alzando la gruesa voz más alzada recomendable, pero totalmente normal en él. Era terriblemente escandaloso cuando estaba feliz. La mayoría de Hogwarts probablemente no le conocía, pero seguro que todos habían oído sus estruendosas carcajadas o su ruidosa forma de hablar. Y estaba contento de nuevo, la comida y la Hufflepuff mejoraban considerablemente su humor; como un bálsamo para la irritación de carácter. —Nah, en serio. Qué bien que estés aquí —siguió diciendo, mientras volvía su atención a la comida. A los bollitos en muy particular; le volvían loco. Cogió otro y le dio un gran bocado—. No tienes idea de lo aburrido que estaba. Todo el mundo debe estar escondido de mí o algo, parece que soy la peste hecha carne. Me rehuyen, no encontré a nadie —dramatizó, como era su costumbre, con la boca llena.

Realmente, no podría estar más agradecido. Después de todo lo que había pasado con Afrodite, el compromiso de Yulia… todo era un enorme revoltijo de malos ratos en su cabeza, y le hacía bien la compañía de alguien como Natasha. Además, estar con ella le recordaba otro de sus malos ratos en particular. O bueno, más bien la paranoia que se le había generado al ver los arañazos de su amiga. Ella no sabía que los había visto, y Hugo tenía verdadero miedo de preguntarle y que no fuesen un accidente. Quizá, debería abordar el tema sutilmente, o intentar demostrar que podía confiar en él. —¿Y tu día? ¿Cómo estás? ¿Todo guay?.